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La Vanguardia (suplemento Culturas), 02/04/2009 Santiago eraso
En los años noventa del siglo XX y principios del actual Valencia era una ciudad ejemplar en el campo de las artes. El IVAM, dirigido por un equipo excelente de profesionales, la Facultad de Bellas Artes, una notable red de galerÃas de arte y otras iniciativas autogestionadas como El Purgatori o el portal digital e-valencia, convirtieron la ciudad en un referente local e internacional.
El ascenso del PP al gobierno de la Generalitat alteró de raÃz la situación. Se impulsó una nueva polÃtica cultural basada en el efecto inmediato del espectáculo y la grandilocuencia efÃmera de acontecimientos artificiales, donde la apariencia de lo social dominara la eficacia de la confrontación polÃtica.
En el último eslabón de esa carrera Valencia se apunta a la competición interurbana para conseguir el tÃtulo de Capital Europea de la Cultura. Con esta nominación, la ciudad del Turia pretende corroborar su estrategia polÃtica al servicio de una economÃa vinculada al turismo, el ocio y la construcción. La dinámica de crecimiento del “modelo valencia” ha ido siempre acompañada de una ofensiva espectacular en el terreno del arte y la cultura, con aportaciones ingentes de dinero dirigidas a usar el sector como valor táctico de primer orden. La arquitectura espectacular y grandilocuente de Santiago Calatrava se ha convertido a lo largo de estos años en su paradigma milagroso.
Frente a esta inexorable retórica cultural, poco después de que la actual directora del IVAM, entonces Subsecretaria Autonómica de Cultura, Consuelo Ciscar, terminara con el primer equipo directivo del museo, surgió la asociación ExAmics, después reconvertida en Ciutadans per una Cultura Democrà tica i Participativa, para poner en cuestión la polÃtica cultural valenciana e incorporar al debate público una reflexión polÃtica sobre el modelo de ciudad y sus consecuencias en el entramado social. Domingo Mestre, miembro de esta plataforma, acaba de publicar Arte, cultura e impostura, en el que se puede comprobar hasta donde la necedad polÃtica puede cegar la inteligencia del sentido común.
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