De Una noche en la ópera a Un día en las carreras. (Una fiesta privada)

N. París

Una noche en la ópera
Como en la película de los Hermanos Marx, Una noche en la opera; pero con Consuelo Císcar en el papel de Mrs. Claypool –generosa mecenas con ansias de entrar en sociedad (con dinero público en este caso)– los gobiernos de Zaplana se entregaron a grandes proyectos culturales con desmedidos presupuestos con los que conjurar el complejo que la derecha tradicional tenía respecto a la cultura. Así, para interpretar a Rodolfo Lassparri, el impagable tenor que debía aportar excelencia a la escena, fueron contratados; Irene Papas, Bonito Oliva, Vangelis etcétera; todos casi tan bien pagados como Julio Iglesias (990 millones de ptas. del erario público y libres de impuestos como “embajador” de la Comunidad Valenciana). Mientras Settembrini, haciendo las veces de Otis B. Driftwood en su papel de nefasto organizador, en este caso de Bienales, reprodujo magistralmente la escena de la “parte contratante de la primera parte” y consiguió un contrato blindado, gracias al cual se le adeudan actualmente más de un millón de euros como indemnización por no haber realizado la última Bienal. De esta manera Valencia, como declaraba Eduardo Arroyo, se llenaba de gente que venia a trincar –en lugar de dos pon tres (huevos duros) que diría Groucho al oír la bocina de Harpo–. E iban llegando polizones, quienes fueran, que hicieran lo que supieran, o que dirigieran lo que les apeteciese con tal de que saliera en los medios; y el camarote lleno y el barco por hundirse. Demasiados proyectos que se hacen y se deshacen, que se reinventan, demasiados gastos y una sola preocupación: generar noticias que tuvieran el aval de “lo cultural”, operaciones de “prestigio” siempre al servicio de la mercadotecnia política. Y sin crear ninguna ayuda estructural a la creación artística, por el desagüe se fueron los gastos generados por las bienales de Valencia, unos 25 millones de euros (que al cierre de la Fundación de la Bienal, aun deja una deuda de tres millones); por el Encuentro Mundial de las Artes; por el Consejo Mundial de las Artes; por el Premio Mundial de la Valldigna; por la Ciudad del Teatro; por el Museo del S.XIX –que lo único que llegó a tener fue una placa en la puerta y un “comisionado” J.V. Villaescusa cuyo proyecto resulta un misterio después de años de dedicación  y cuya maqueta se expuso a bombo y platillo en ARCO completando así la absurda paradoja de proyectar un museo del siglo XIX a costa de cerrar un espacio para el arte contemporáneo (el Centro del Carmen, segunda sede del IVAM) mientras se acudía a la mas importante feria española de arte actual a exhibir el cierre de este espacio en favor de un museo histórico–. Pero todo son menudencias si atendemos al coste de la joya de la corona, el complejo de La Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuya monumentalidad  reside menos en el estrepitoso volumen de los edificios que lo constituyen, que en el desmesurado coste de su construcción, 1.128 millones de euros en 2006, y en las impresionantes perdidas anuales que genera y que exceden los 45 millones.

Un día en las carreras
Y así termina Una noche en la Opera y comienza Un día en las carreras. Para finiquitar el disparate se disuelve La Fundación Bienal de las Artes, encargada de las argucias contables de la Bienal de Valencia y se crea la Fundación para la Promoción de las Artes Contemporáneas financiada con un millón de euros (probablemente destinados en su totalidad apagarle la indemnización a Settembrini) retraídos de una línea de 8,1 millones destinada a la sociedad Circuito del Motor y Promoción Deportiva. Esa es la gran inversión en arte contemporáneo del gobierno Camps, que prefiere dedicarse a la America´s Cup, el Masters de Golf, la Volvo Ocean Race, o el Valencia Street Circuit. Bueno, como diría el malvado Morgan –el empresario de Un día en las carreras que quiere convertir el sanatorio en casino– a su cómplice Whitmore: “Con mi hipódromo, mi cabaret y esto, vendrán en manada todos los idiotas del país” o como al final diría Bernie ( Ecclestone): “Todo en Valencia es perfecto. La gente es fantástica y el circuito, súper. Han trabajado de forma excelente durante años. También la paella, very good”. Y es que Bernie cobra 26 millones de euros en concepto de abono de derechos de patente de explotación. Y así, con el mar de fondo del desgobierno económico y una ausencia absoluta de un proyecto de ayuda estructural a la cultura, pasamos de ser en el año 2000, la segunda Comunidad autónoma que más gastó en cultura, después de Cataluña, a ser la quinta en 2004. Esto es de Una noche en la ópera a Un día en las carreras. O de Luigi Settembrini a Bernie Ecclestone, o lo que quiero decir, de Zaplana a Camps. O sea, que las políticas culturales en Valencia han ido evolucionando desde la idea de la cultura-espectáculo al más puro espectáculo, sin ideas de por medio. Eso sí, en cualquier caso, el negocio –para algunos–continua.

Epílogo
Sanchez Ferlosio  en Notas sobre el terrorismo escribe: “Al no valer la acción según su efecto interno y su contenido propio y natural, sino únicamente en su restitución bajo especie de noticia, se invierte la relación entre noticia y hecho, y éste es quien pasa a ser función de la primera; así pues, el designio exclusivo bajo cuyo impulso llega ser prefigurado, proyectado y producido el hecho es dar lugar a su notificación, esto es, engendrar una noticia”. Y así es como las políticas culturales públicas comparten con la estrategia terrorista esa aspiración a valorarse exclusivamente por ser generadoras de noticias. Esa fue la razón de ser de las políticas culturales durante los gobierno de Zaplana. Operaciones de prestigio herederas de la mentalidad que alimentó también las políticas culturales del PSOE y con las que los primeros gobiernos de la derecha pretendían competir. El problema reside en un concepto de la cultura como gasto, no como inversión, y que por tanto hay que rentabilizar en el terreno de la propaganda, en operaciones mediáticas de prestigio en las que se ignoran tanto el valor que por sí mismo tiene la cultura como su dimensión económica.
Pero llegado el fín de fiesta quedan las líneas maestras de las políticas antes descritas –la estrategia del macroevento como generador de identidad y orgullo local(encuentro mundiales, bienales mejores que las de Venecia, acuarios mas grandes que en Cataluña, museos más altos que en Madrid, muchas carreras de coches y de barcos…)– a la vez que se elimina todo aquello que pudiera traerle complicaciones: la cultura.

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