Etiquetas: [2007, Bienal de Valencia, Camps, Consuelo Ciscar, Zaplana]
La Bienal se ha ido y todo el mundo sabe cómo ha sido. Se ha marchado de puntillas, desapareciendo de los media poquito a poco, como si ésta no fuera su única razón de ser. Ocultando o manipulando los datos porque lo que reflejaban es que no servÃa para nada; pura propaganda institucional que nunca atrajo a los turistas prometidos ni alimentó el tejido cultural de la ciudad. De hecho, la última edición, ese «tren que [según Font de Mora] no se podÃa dejar pasar», aunque nos obligara a pagar un millón de euros de indemnización, cerró sus puertas sin ceremonia oficial y sin balance de resultados. Y ahora que todo ha terminado se puede comprobar que los veintitantos millones de euros que nos ha costado la Bienal tan sólo han servido para dejar en la memoria colectiva algún borroso recuerdo del divertido escándalo de la primera inauguración -aquella gigantesca pantalla interactiva de La Fura dels Baus que fue aprovechada por la ciudadanÃa para demostrar que su indignación era mucho mayor que su corrección polÃtica- y muy poco más. Pero lo más gracioso (o lo más triste) es que se ha ido muriendo ella solita, a golpe de despropósitos y sin la ayuda de casi nadie; apenas un leve desdén por parte del presidente Camps, que al parecer ya no considera prioritario mantener la imagen de modernidad impulsada por Zaplana.
Dice el refrán que «muerto el perro, se acabó la rabia», pero ahora que nos hemos librado de la amenaza bianual queda por ver qué es lo que pasa con el dinero público. Queda por aclarar qué pecado debemos seguir purgando los valencianos para que en una ciudad como ésta no haya ningún espacio público dedicado al arte contemporáneo de forma permanente. Alguna institución que no dé auténtica pena, como el IVAM y su insufrible deriva hacia la estética de peluquerÃa; que no tenga las manos atadas, como el Muvim; o que no suponga la permanente amenaza de mortales ataques de risa, como la generalidad de los espacios de arte gestionados por el Ayuntamiento de Valencia.
Y usted no se rÃa, por favor. Que, aunque le parezca gracioso, este escrito es de réquiem, es decir: para llorar. Pero no por la desaparición de la periódica cita con la banalidad disfrazada de alta cultura, sino por la fúnebre situación en que nos deja. Que ya mejorarÃa, y mucho, de contar con alguna entidad provista de personalidad, presupuesto y criterio para cumplir las funciones que un dÃa desempeñara el Centro del Carmen del IVAM. O con algún programa de becas profesionales para la discusión, contraste y promoción de lo que se produce por aquÃ. O con algún centro de recursos que proporcionara a los creadores locales la infraestructura necesaria para participar en condiciones de igualdad en el debate artÃstico internacional. O si hubiera algún laboratorio de nuevas tecnologÃas que estuviera abierto a la experimentación artÃstica. O si se promoviera la descentralización comarcal de los espacios dedicados al arte de hoy, al modo en que se está haciendo, y con bastante éxito, en otras comunidades. Y no queremos ni pensar cómo cambiarÃa el panorama si, además, se creara algún organismo del tipo arts councils (tal como el Consell de les Arts que ya se está creando en Cataluña) que gestionara de forma autónoma y profesional los fondos públicos destinados a estas actividades. No, la verdad es que no queremos ni imaginarlo porque, a lo mejor, hasta nos podrÃamos quedar a vivir aquÃ, en este paraÃso cultural en negativo al que, según pronosticaba Consuelo Ciscar, iban a venir a empadronarse «gentes de todo el mundo para disfrutar de nuestro arte».
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